Pablo Sanz Bayón

    El negocio bancario tradicional cada vez es menos rentable. La cotización de las acciones bursátiles de los grandes bancos muestra que el sector está atravesando una profunda crisis, como epicentro que es del sistema capitalista mundial.

    Pablo Sanz Bayón
    Pablo Sanz Bayón

    En los últimos años, los bancos centrales han ampliado la oferta monetaria de forma extraordinaria, inyectando mucha liquidez dineraria en los mercados financieros, tratando así de reactivar la demanda. Como consecuencia, se han desplomado los tipos de interés. El dinero bancario cada vez es más barato y menos rentable y en un entorno de poca confianza general, los bancos atesoran reservas sin que ese nuevo dinero fíat emitido circule verdaderamente hacia la economía real o productiva.

    Los ahorradores buscan rentabilizar sus fondos y en buena lógica huyen de los depósitos bancarios y de otros productos tradicionales y estandarizados. El dinero fiduciario electrónico en posesión de los particulares está tratando de canalizarse hacia ámbitos donde pueda protegerse frente a la pérdida de poder adquisitivo consecuencia de la inflación, de la tributación, de los tipos de intereses muy bajos o incluso negativos, y del coste de las comisiones bancarias y de otros intermediarios. La nueva ola de tecnología digital, el auge de las finanzas descentralizadas y la emergencia de un ecosistema de profesionales y plataformas especializadas en prestar estos servicios de inversión y pago alternativos a los tradicionales abre un campo de batalla tecnofinanciera y global que tiene una singular trascendencia geopolítica y social.

    Bitcoin y otras criptomonedas como Ripple, Ethereum, IOTA entre otras tantas, son comunidades que más allá de los activos criptográficos que en ellas se crean y transfieren, son parte de un ecosistema en crecimiento en el que se catalizan profundas transformaciones en materia de computación y finanzas. Los bancos centrales están investigando cómo dar el paso y entrar en este terreno de juego con sus monedas digitales de banca central (Central Bank Digital Currencies, CBDC). El Banco Popular de China y su proyecto de Yuan Digital, y el Banco Central Europeo con su Euro Digital, están tomando la delantera en estos nuevos proyectos monetarios que pretenden introducir un nuevo activo monetario de base criptográfica en su balance con el que sustituir o complementar el efectivo.

    En este contexto tan disruptivo, es preciso atender al fenómeno de las denominadas “stablecoins”, monedas virtuales estables emitidas por grandes empresas tecnológicas de Internet para digitalizar y controlar los pagos a través de sus propios proveedores y servicios de cambio y de custodia de monederos electrónicos. Estos proyectos se proponen superar el paradigma totalmente desintermediado de Bitcoin y de otras criptomonedas análogas. La inestabilidad o volatilidad de la mayoría de las criptomonedas trata de corregirse por las stablecoins con emisores limitados y autorizados en las jurisdicciones donde van a operar y fijando un valor referenciado al dinero fiduciario de curso legal, por ejemplo, mediante una reserva que le sirva de respaldo que, para más garantía, podrá ser depositada en la banca comercial.

    Las stablecoins constituyen un activo monetario mixto, que presenta similitudes con las criptomonedas en cuanto que pueden tener como infraestructura cibernética un sistema de registro distribuido y criptográfico. Sin embargo, se distancia de este concepto por el hecho de estar emitidas por una organización central que no es un Estado (como en el caso de las CBDC), sino por una gran corporación privada de índole tecnológica, como podría suceder con las “GAFA” (Google, Amazon, Facebook y Apple). Por este motivo, los proyectos de stablecoins en fase de investigación pueden considerarse un paso más en la introducción de las BigTech dentro del sector financiero y de los servicios de pago. La clave está en el inmenso poder en materia de ciencia de datos que extraerán de la infraestructura digital que sirva de soporte a los intercambios comerciales en Internet. Los Estados, los bancos, pero cada vez más las grandes corporaciones tecnológicas se disputarán el dominio de la masiva información que generará el comercio electrónico.

    En este sentido, sobresale singularmente la propuesta de Libra, auspiciada por una asociación o consorcio de empresas liderado por Facebook. Este proyecto de medio de pago virtual conservaría las ventajas técnicas de una moneda ajena a la manipulación de las autoridades gubernamentales y bancarias oficiales, pero afronta la dificultad de su compatibilidad con las legislaciones nacionales vigentes y con respecto a los sistemas de supervisión actuales. Libra se topa con barreras regulatorias, porque en juego está la soberanía monetaria de los Estados y las barreras de entrada a las actividades financieras y bancarias, como apuntan Ferrer y Carreras Baquer, en su artículo “Libra, la criptomoneda de Facebook” (publicado en el Informe Mensual-La Caixa, Nº 438, 2019, pp. 31-32).

    Ahora bien, si la Asociación Libra, con Facebook a la cabeza, consigue obtener las licencias de actividad financiera pertinentes en cada jurisdicción donde quiera operar, su stablecoin podría erigirse en un instrumento muy potente para la ejecución de transferencias dinerarias internacionales entre los usuarios de sus redes sociales. Además, según algunos planteamientos que se están valorando dentro del mencionado proyecto, Libra estaría en posición de corregir las mayores dificultades que presentan las criptomonedas, que es la inestabilidad de su valor, mediante la constitución de reservas mixtas en monedas fiduciarias y un mecanismo algorítmico para reducir las oscilaciones de su cotización. La finalidad de esta corrección sería la de dotar de una mayor confianza a sus usuarios, que potencialmente son todos los de sus servicios de mensajería y redes sociales, como Facebook, Messenger, WhatsApp e Instagram, es decir, más de 2200 millones de personas en total, casi un tercio de toda la población mundial. Ningún Estado o bloque supranacional cuenta con tal cantidad de población. Tampoco existen grupos de bancos o empresas de servicios de pago que alcancen esa cifra de clientes totales.

    Las características publicadas por la Asociación Libra como condición de funcionamiento de esta moneda digital ofrecen una idea del alcance que podría suponer el desarrollo de esta innovación tecnofinanciera, como es la vinculación de la moneda digital a un servicio de mensajería de sus redes sociales. De ese modo, se garantizaría que la moneda virtual y su plataforma tuviesen directamente -nada más producirse su lanzamiento- un mercado abierto de negociación e intercambio, con enormes comunidades de usuarios que podrían demandar y transferirse instantáneamente ese activo en concepto de pago. Además, los servicios de mensajería integrarían un sistema de pago que podría usarse en un Marketplace global (como Facebook Shops) intercomunicado con las redes sociales, dando así acceso a un inmenso mercado de oferta de bienes y servicios, que sin duda podría rivalizar muy rápidamente con Amazon o Alibaba.

    El riesgo sistémico de las stablecoins es de tal envergadura para los bancos centrales y bancos comerciales que desde sus departamentos de investigación y tecnología ya están elaborando planes para reaccionar. La banca central lo está haciendo mediante proyectos de monedas virtuales vinculadas a su divisa oficial. Estos sistemas monetarios adoptarían, al menos parcialmente, la tecnología DLT/Blockchain, pero desproveyéndola de las características de anonimato y desintermediación que por contraste sí garantiza un sistema de acceso no permisionado, como Bitcoin. Si a corto o medio plazo se materializarían estos planteamientos, se producirá una interesante pugna. De un lado, las monedas virtuales de base criptográfica no intermediadas. De otro, las monedas virtuales emitidas por grandes corporaciones tecnológicas privadas, los gigantes de Internet (las BigTech o GAFA), como Libra, con capacidad de estabilizar su cotización (stablecoins). Y finalmente, las denominadas monedas digitales de banca central (Central Bank Digital Currencies, CBDC), emitidas por los Estados, vinculadas a una divisa oficial ya en curso, y por tanto con una política monetaria oficial basada en dinero fíat.

    Las CBDC tendrían además la vocación de reemplazar o complementar el efectivo físico en la economía. En este último caso, resulta obvio que se estaría perdiendo la principal ventaja de la encriptación avanzada -el anonimato- pues una cadena de bloques centralizada por el Estado registraría los datos de los pagos y las identidades de los pagadores y destinatarios -vinculándolos-, por lo que toda la actividad de los usuarios de ese sistema de pago digital sería completamente trazable y a disposición de las autoridades administrativas y tributarias. La pretensión de limitar o prohibir pagos de dinero en efectivo y su sustitución obligatoria por una CBDC en una jurisdicción determinada se justificaría socialmente como una medida contra el fraude fiscal y el blanqueo de capitales. Ahora bien, no hay que desconocer que dicha medida también otorgaría extraordinarias capacidades de control, inspección y de monitorización social para los gobiernos y sus proveedores de servicios tecnológicos e informáticos. Bajo un esquema monetario de este tipo, todos los datos financieros serían trazables y esto permitiría usar Big Data e Inteligencia Artificial para aplicar mecanismos de monitoreo e ingeniería social en la línea de una predeterminada “razón de Estado”, dependiente en última instancia de intereses políticos o ideológicos coyunturales. El “gran reinicio” (Great Reset) que ya se anuncia para fechas próximas, y que se oficializará en la próxima cumbre del Foro Económico Mundial, en Davos, prevista para enero de 2021, tomará probablemente este rumbo.

    De adherirse los bancos centrales a esta política de creación de sus respectivas monedas digitales oficiales parece difícil que las monedas fiduciarias afronten un reemplazo completo por las criptomonedas, ya que estas últimas retendrían su genuino sentido, como sistema alternativo al oficial -despolitizado y desbancarizado- aunque ya de modo más clandestino. A este respecto, las monedas virtuales estatales compartirían la suerte de la política monetaria de la banca central, aunque precisamente esto mismo es lo que motivó la desconfianza y por tanto el surgimiento de los sistemas criptomonetarios. Lo que de momento sí parece claro es que las criptomonedas están alterando el mercado de medios de pago, impulsando la innovación por parte de los proveedores de servicios de cambio y de custodia de monederos electrónicos que permiten almacenar las claves criptográficas de estos activos digitales, amenazando la función de intermediación de las entidades bancarias.

    Es preciso subrayar aquí, siguiendo a Duarte, en su artículo “Obrigaçoes de dinheiro (obrigaçoes monetarias) e obrigaçoes de bitcoins”, publicado en la Revista Estudos de Dereito do Consumidor, Nº 14, 2018, pp. 343-381 (comentado por Ruiz Ojeda, A., “Dinero, criptomonedas y algarrobos”, Revista de Derecho del Mercado Financiero, 2 de octubre de 2018), que los bancos centrales y también los comerciales no son necesarios en el caso de las criptomonedas, ya que la tecnología de bloques (Blockchain) garantiza la no introducción de soportes monetarios espurios, es decir, distintos de los asignados ex novo a los miners que hacen posibles las transacciones seguras y no replicables, con un límite máximo total de unidades monetarias en un horizonte temporal prefijado. El valor de las criptodivisas depende exclusivamente, por tanto, de su aceptación como medio de cambio y reserva de valor por los integrantes de la comunidad monetaria, así como de su tasa de canje con otras monedas, que refleja el grado de aceptación de cada divisa –o valor relativo- por su comunidad monetaria y por las comunidades monetarias de otras divisas. Por tanto, “la completa ausencia de los bancos centrales/comerciales y su sustitución por un esquema plenamente descentralizado y que garantiza eficazmente la no manipulación del valor de las divisas digitales comportaría la desaparición de la redistribución de rentas que habitualmente se lleva a cabo mediante la política monetaria”.

    Llegados a este punto, parece difícil augurar si dentro de unos años las criptomonedas como Bitcoin podrán imponerse en el mercado global y sustituir en la práctica al dinero fíat en su soporte electrónico, o por el contrario, las grandes corporaciones como Facebook podrán finalmente emitir su dinero digital privado antes de que los Estados y los bancos centrales emitan sus propias monedas digitales oficiales. Nos encontramos en una fase preliminar de una disputa tecnofinanciera por el dominio del dinero digital. Un combate que marcará a buen seguro el devenir económico del resto del siglo XXI. De momento estamos presenciando las primeras batallas tecnológicas y regulatorias por el control de este ecosistema.

    Autor: Pablo Sanz Bayón (Profesor de derecho mercantil en la Facultad de Derecho (ICADE), Universidad Pontificia Comillas, Madrid, España). 

    (Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivamente las del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de World Geostrategic Insights)

    Share.