CRISTHIAN HUGO GUTIÉRREZ DE LA CRUZ
Cuenta el poeta Homero, que uno de los héroes de Troya, Odiseo, fue castigado por su soberbia por los dioses, a navegar por los mares sin jamás llegar a su patria en Ítaca, exponiéndolo a toda clase de peligros inimaginables, pero sin duda, el más peligroso de ellos radicaba en los monstruos marinos de Escila y Caribdis, las cuales se encontraban en los bordes de un paso de agua, probablemente en el estrecho de Messina, de tal forma, que los marineros por querer evitar a uno de los monstruos, terminaban acercándose al otro y viceversa, por lo que lo más probable era encontrar la muerte, así atravesarlo era uno de los retos para los mejores navegantes y más valientes capitanes de la antigua Grecia, debido a que no sólo se necesitaba de fuerza, sino sobre todo, de inteligencia, y el fracaso se pagaba con la muerte.
Sobre la gobernabilidad
La palabra gobierno tiene su etimología en el griego κυβερνέιν el cual hace referencia a “pilotar, dirigir un barco”, analogía que aconseja que el pueblo griego, fundador de la civilización occidental, encontraba muchas similitudes entre el arte de gobernar, esto es de conducir la política de un Estado, con la actividad de una capitán de un navío, pues ambos tendrían la dirección o el timonel de sus respectivas naves, siendo ellos los responsables del destino de todos aquellos que se encuentren embarcados en su mismo embarcación, también por cierto, habrá quienes se esfuercen por apoyar al capitán, y no está demás los intentos de motín y rebelión contra la cadena de mando cuando las cosas se vuelven difíciles, ya sea por malas decisiones del capitán, o por un intento desmedido de un grupo de acceder al poder, situación muy semejante a lo que ocurre en la política de muchos Estados Latinoamericanos, cuya historia política, y aún más la reciente, han sido testigos de una serie de golpes de Estado que no tenían necesariamente una propuesta de mejor ruta o quizá un mejor puerto para los destinos de sus respectivos países, sino por el contrario, simplemente un deseo desmedido por el poder, esto en las elites que confunden al poder como un fin en sí mismo, y no como un medio para la gobernabilidad, así Bertrand Russell señalaba
«hay una gran diferencia entre el poder deseado como n medio y el poder deseado como un fin en sí mismo. El hombre que desea el poder como un medio tiene primero algún otro deseo, y luego desea hallarse en situación de poder satisfacerlo. El hombre que desea el poder como un fin en sí mismo elegiría su efectivo teniendo en cuenta la posibilidad de asegurarlo” (1).
Esta última clase es la más peligrosa, pues estos gobernantes, o quienes aspiran a serlo, no buscan un cambio en la sociedad, sino tan sólo los privilegios que le otorga el poder.
Lo expuesto explicaría la razón por la cual a pesar de que gran parte de los países de la región ya han cumplido los 200 años de independencia, con la excepción de Perú que lo hará en 2021 y Bolivia que los celebrará en 2025, aún pareciera que al igual de Odiseo, los Estados de latinoamericanos aún no encuentran el camino correcto para llegar a Ítaca, estando las clases dirigenciales más preocupados en establecer quien conducirá el barco, (siendo el caso peruano el más desesperanzador, con tres presidentes en un solo año), que en establecer y diseñar mejores instrumentos para garantizar una vida digna y libre a cada uno de sus ciudadanos, ante ello, muchas científicos sociales han realizado diversas investigaciones y propuesto diferentes explicaciones para dicho fenómeno, pero de todas ellas, la falta de institucionalidad es la más trascendental para explicar este fenómeno social que agobia a las democracias latinoamericanas desde su independencia.
Los sistemas políticos-constitucionales de las democracias más estables de occidente tienen en común que han establecido con meridiana claridad el proyecto de Estado que aspiran a realizar, esto es, tienen políticas de Estado las cuales se proyectan, y se cumplen a largo plazo, esto es, las políticas públicas para su cumplimiento pueden adecuarse de acuerdo a las circunstancias, pero jamás se realizará un giro brusco a mitad del camino, sino por el contrario, sin importar sobre quien recaiga el gobierno, este sabrá que el Estado del cual tiene las riendas o el timonel de conducción ya cuenta con una hoja de ruta debidamente diseñada con anterioridad, y sería muy poco sensato, además de nada inteligente pretender cambiar una política del Estado, cuando esta probablemente ya se encuentra ejecutando por largo tiempo, y cuyos resultados, para ser realmente efectivos requieren de disciplina, en ese orden de ideas,
A diferencia de las democracias consolidadas como las de Europa Occidental y el Norte de América, los países latinoamericanos tenemos una obsesión perversa por refundar el Estado, por cambiar todo lo precedente, este deseo se manifiesta con mayor evidencia, cuando un gobierno va llegando a su fin, y los que aspiran a remplazarlo, durante la campaña electoral, hacen del núcleo de su campaña electoral la reforma del Estado, tanto así, que una vez que llegan al gobierno, se dan cuenta que el gobernar no solo requiere de voluntad, sino de sobre todo inteligencia, y que el periodo de gobierno que puede variar de 4 años en Argentina, 5 en Perú y 6 en México resulta sumamente corto para que las políticas Estatales que impulsa un gobierno puedan ser apreciadas por la comunidad, generándose así un ciclo perverso, en donde al terminar su mandato el Gobierno advierte que sus políticas no se han cumplido como esperaban, y a la vez son víctimas de los ataques de las otras agrupaciones políticas, que al igual que ellos en su momento, acusan de la inviabilidad del modelo impuesto, de tal forma, que los que acceden al poder, seduciendo a la población con ideas de cambio, e incluso, hasta de ucronías de reforma constitucional, terminan pretendiendo reformar, lo ya reformado.
En consecuencia, los Estados latinoamericanos, son barcos a la deriva, que cada quinquenio se dirigen directo a las fauces Escila, solo para advertir que han sido engañados, para luego cambiar de gobierno, y dirigirse directo a las garras de Caribdis, situación que explicaría el alto descontento de la población civil con sus autoridades, la inexistente institucionalidad, y un desprecio a la política, y con ello la deslegitimación de las endebles instituciones del Estado, esto por cierto no es nada nuevo, F. Hayek lo manifiesta así “le legitimación eficaz del poder es el problema más importante del orden social. El gobierno es indispensable para la formación de este orden sólo en la medida que tiene que proteger a todos de la coacción y la violencia. Pero apenas reclama y obtiene para tal fin el monopolio de la coacción y de la violencia, se convierte también en la principal amenaza de la libertad individua” (2).
A modo de conclusión
La principal característica de un Estado Constitucional y Social de derecho radica en el sometimiento de todos los poderes públicos a la Constitución, la cual se convierte en norma orientadora, o mejor aún, la carta de navegación que tienen los Estados para su futuro, esto es, a donde aspiran a llegar, las democracias en América Latina han tenido desde su independencia, hace ya más de dos siglos la ingenua pero siniestra costumbre de considerar que cambiar de Constitución Política asegura la solución de todos los problemas que agobian a la sociedad, este pensamiento mágico-religioso-constitucional da como consecuencia que países como República Dominicana cuenten con 32 Constituciones, o Ecuador con 20 cartas políticas, y Perú, que en estos momentos se está pensando en convocar a una constituyente, tiene, a pesar de no llegar aún al bicentenario, 12 Constituciones, gran diferencia con Canadá, Irlanda o Noruega, que en todo su historia no han tenido más que una constitución, por ello se debe afirmar que “la constitución tiene como propósito encuadrar el ejercicio del poder dentro de normas obligatorias que garanticen su aplicación con el fin de lograr y preservar la plena vigencia de la libertad y dignidad del ser humana” (3).
El arte de gobernar no se sustenta en la fuerza, esto es, en la voluntad política del gobernante, pues como hemos visto, las verdadera reformas requieren un tiempo que superan largamente el mandato constitucional de gobierno que suele ser en promedio de cinco años, y en muchos casos con reelección prohibida, sino el buen gobierno se sustenta principalmente en el diálogo con otras agrupaciones políticas, esto es un gobierno de coalición, pues quien dice democracia, en realidad dice consenso, consenso que pasa por establecer puentes entre las diferentes agrupaciones políticas, y no creer erróneamente, aquel que se encuentra en el ejercicio del poder, considere que durante su mandato, el Estado es suyo, cuando en realidad es tan sólo el capitán de un barco en el cual estamos embarcados todos, así, y solo así, cuando las sociedades adviertan que más importante que elegir gobernantes por simpatías u odios, lo verdaderamente trascendental radica en escoger aquellas opciones que tengan por finalidad llevarnos a los puertos de justicia y libertad, y no por el contrario a las fauces de Escila y Caribdis, del cual no podemos aún escapar después, siendo esto una responsabilidad de todos, en especial de los que creen en la democracia, y los que al igual de Odiseo saben que la inteligencia, supera siempre a la fuerza.
AUTHOR: CRISTHIAN HUGO GUTIÉRREZ DE LA CRUZ (Bachiller en ciencia política por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima -Perú), Licenciado en ciencia política por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima – Perú), Maestro en gestión de políticas públicas por la Universidad Nacional Federico Villarreal (Lima – Perú), Candidato a doctor en filosofía en la especialidad de filosofía política – ética por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima – Perú), Especialista en derechos humanos y políticas públicas)
(Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivamente las del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de World Geostrategic Insights)