Es un hecho innegable que el reciente brote del COVID-19 a lo largo y ancho del globo terráqueo está introduciendo un conjunto de acelerados cambios políticos, sociales, económicos y culturales. Las consecuencias de la pandemia aún son difíciles de proyectar y estimar, pero sin duda catalizarán un conjunto de cambios radicales en la sociedad, y en consecuencia, una inevitable reconfiguración de las fuerzas geopolíticas y en la manera en cómo se relacionarán los Estados entre sí.
Un nuevo ciclo de funcionamiento se irá desarrollando, con transformaciones en los procesos productivos, financieros y comerciales, y en la relación de esos procesos con el Estado.
Los mayores cambios políticos y geopolíticos en la historia de la humanidad han sido precipitados por condiciones inesperadas (i.e. factores externos) que influencian de forma significativa a los actores. Justo antes de la pandemia, el mundo había comenzado a transitar desde el esquema unipolar -heredado al finalizar la era bipolar de la guerra fría- hacia un esquema multipolar. La pandemia que ha impactado severamente a los EEUU –y a su poder económico- es una oportunidad interesante para impulsar una redefinición geopolítica en la que la multipolaridad buscará consolidarse e imponerse frente a las fuerzas que buscan contrarrestarla.
Las respuestas ante la pandemia son un evidente signo de debilidad para Occidente. Se ha hecho evidente que no existe un Estado mundial, ni existe un “Pseudo-Estado” unificado como la Unión Europea, ni existe ningún Estado verdaderamente líder que asuma el rol de una “superpotencia mundial” que capitalice la unipolaridad. Los EEUU y Europa no son tan inmunes como se esperaba y la pandemia ha desnudado las carencias políticas, sociales y económicas de la mayoría de los gobiernos occidentales.
Como gran parte de la política y legitimización de EEUU se fundamenta en el respeto (i.e. el respeto de los ciudadanos del mundo hacia quien se supone ha de ser la potencia que lidere la lucha contra aquello que amenace nuestra vida), es evidente que el gobierno de los EEUU (y en consecuencia, el de los países miembros de la Unión Europea) planteará un conjunto de estrategias para que su debilidad ante el coronavirus no quede expuesta. Es necesario mostrar poder, mostrar fortaleza y resistencia contra el virus y los presuntos responsables del brote descontrolado que ha acabado con el estilo de vida que conocemos.
Los fracasos iniciales de Washington, tanto en materia de política interna como internacional, serán costosos no solo en términos de vidas, pérdidas económicas a largo plazo sino también en su ya debilitada capacidad de liderazgo. Paralelamente a la incapacidad inicial de reacción de EEUU, el gobierno de China ha ejercido una política diplomática agresiva que busca consolidar alianzas y crear alianzas nuevas.
Incluso si el régimen chino ocultó información real sobre la pandemia para mantener intacta su imagen pública, los esfuerzos chinos por proveer ayuda humanitaria, personal médica, insumos y auto-promocionarse como punta de lanza en la investigación para desarrollar algún tipo de tratamiento o vacuna son hechos comunicacionales que sin duda impactan en la opinión pública y que no serán desapercibidos.
No se puede separar el hecho de que el gobierno china es comunista, por lo que cuenta con una sofisticada y estratégica maquinaria de propaganda cuyas intenciones ya no apuntan únicamente hacia sus connacionales, sino a todos nosotros. El gobierno chino tiene los recursos económicos y el know-how para orientar la opinión publica hacia una imagen más favorable. Este hecho se evidencia, por ejemplo, en el polémico video viral difundido en las redes sociales hace pocas semanas donde se evidencia a un conjunto de ciudadanos italianos descolgando una bandera de la Unión Europea para colocar en su lugar una bandera china.
La UE fue incapaz de reaccionar y dejó sola a Italia. La solicitud de asistencia de Italia fue inicialmente ignorada y la indolencia de la mayoría de los Estados miembros fue sorprendente. Incluso, algunos estados europeos bloquearon las exportaciones de suministros y equipos médicos. Esto generó una oportunidad que el gobierno chino aprovechó para inundar el país de ayuda médica, con la evidente finalidad de sacudir el corazón y la mente de la población e intentar proyectarse como nuevo líder global. De esta manera, China se presenta como la “verdadera” aliada de Italia al hacer lo que se suponía que los EEUU y la UE debieron hacer.
Las acciones de reacción de los EEUU se muestran –por ahora- torpes y descoordinadas. Un claro ejemplo de debilitamiento de Estado Unidos es que ninguno de sus quiso apoyar la insistencia del secretario de Estado, Mike Pompeo, para que el G7 emitiera un comunicado que etiquetara al SARS CoV2 como el “virus Wuhan”, lo cual es un claro intento de culpar, responsabilizar y aislar a China. Asimismo, aunque si bien es cierto que el tema de la salud no está en el centro de las competencias de la Unión, la incapacidad de movilizar una respuesta coordinada a la crisis seguramente ha asestado un golpe a la UE.
En todos los países y como sucede siempre frente a este tipo de crisis ocasionadas a causa de factores externos, se recurrirá al Estado, lo cual fortalecerá el protagonismo de estos. Pero todos los Estados, en mayor o menor medida, estarán más debilitados y endeudados, pero a pesar de ello seguirán siendo un referente de respuesta a los problemas colectivos.
Es difícil predecir todos los cambios que ocurrirán en el mundo post-pandemia, pero es altamente probable que EEUU y China sigan con sus economías interdependientes, y este proceso de desacoplamiento no será ni rápido ni sencillo (en caso de existir). Los EEUU seguirán siendo la mayor potencia, pero un proceso –aún más evidente- de declive como ya lo venía desde antes de la pandemia, solo que esta vez sin la decisión política de liderar procesos de respuesta en el ámbito militar, económico ni en la atención de pandemias como la actual. Por otra parte, la posición geopolítica de China parece consolidarse pero este efecto dependerá de las severas acusaciones que los EEUU y la UE realicen acerca del origen del virus.