Marie Claire Molliex Noffra
Las transiciones tienen origen en una decisión política que puede provenir del propio poder o de la presión insostenible de los individuos que conforman dicha sociedad.
De forma general, la transición ocurre como consecuencia a la incapacidad del régimen dominante para seguir gobernando en las mismas condiciones como lo ha hecho hasta el presente, y a la percepción mayoritaria de los ciudadanos de que no aceptan ese modo de gobernar. Para ilustrar mejor, se utilizará la descomposición de la Unión Soviética (1991) para esclarecer si existió una transición política en la Federación Rusa.
La separación de la Unión Soviética en 1991 presentó una oportunidad histórica para construir un Estado-nación ruso, unido al proceso de transición a la democracia e integración del país en la comunidad, relaciones e instituciones internacionales. Según Milosevich (2013), el colapso del comunismo en Rusia reprodujo la reaparición de dos entidades políticas: la de Imperio Ruso (1550-1914) y la de la URSS (1922-1991) promoviendo cambios políticos, sociales y económicos drásticos.
Con la llegada al poder de Borís Yeltsin se puede afirmar que acabó la transición soviética y comienza una etapa nueva con la entrada en vigor de la Constitución rusa, debido a que dicha Constitución fue la primera que recogió el principio de la separación de poderes.
En este sentido, Yeltsin declarado como un ‘’demócrata’’ desarticuló el sistema político soviético, convocando elecciones multipartidistas, implantando – de forma radical – la economía de mercado dejando en el pasado el modelo de control por el Estado mediante tres aspectos claves: liberalización, estabilización y privatización.
1. La liberalización comenzó enseguida luego de la disolución de la URSS eliminando gran parte del sistema central de planificación y los controles de precio.
2. La estabilización fue marcada por los programas de política macroeconómica de reducción del gasto gubernamental y del déficit presupuestario a través de la reducción de subsidios y de la inversión pública.
3, La privatización se inició por el Comité Estatal para la Gestión de la Propiedad Estatal de la Federación rusa, y se basó en la búsqueda de recursos y aliados.
¿Esto fue suficiente para lograr una verdadera transición política? La respuesta es no.
En palabras de Juan Linz (s.f, p. 15), la liberalización no supone un proceso esencial para la transición a la democracia, ya que se toma como una transferencia de poder, la abdicación del poder o la toma del poder por un grupo que esta ‘dispuesto’ a abrir las puertas de un proceso político democrático.
Por otro lado, las transiciones pueden ser ejecutadas por dos partes: el régimen que tiene el poder y los ciudadanos que reciben ese poder. Las transiciones pueden ser dirigidas desde las propias élites del régimen, ya que éstas pueden desear el cambio. Siendo esto así, la introducción de novedosas instituciones económicas y políticas rusas ¿fue para mejorar la situación política, económica y social? ¿O solamente las élites querían finalizar con el régimen para poseer el poder?
En el caso de la Federación rusa, las élites coincidían con que la transición debía emprenderse contra la voluntad de la población. De hecho, fueron las élites las que anhelaron hacer el cambio y la población quien se vio arrastrada.
El cambio que se realizó en Rusia de la URSS al gobierno de Yeltsin dimitió a la URSS y se produjo otro régimen no democrático. Es decir, al proponer el sistema democrático teniendo raíces soviéticas fue un dilema en la política rusa. Entonces, ¿Rusia cumple o no cumple con los requisitos de una democracia? Esto, se puede tomar como una dicotomía.
Es decir, las elecciones se celebran periódicamente, son directas, competitivas y toda la población adulta tiene derecho a votar. Pero, no se tiene certeza de que han sido transparentes. Las elecciones se someten a reglas y procedimientos establecidos de forma permanente, aunque es difícil afirmar que dichas reglas y procedimientos sean consensuados. Además, la capacidad de coexistencia con las disidencias es limitada, sin garantizar – en ocasiones – las libertades, tanto civiles como políticas.
En vista de que Rusia no posee todos los requisitos para ser una democracia en su totalidad, se puede argumentar que es casi una democracia al cumplir con al menos algunos aspectos porque posee dimensiones que podrían cuantificar su ‘’calidad’’.
Por ejemplo, la participación electoral en Rusia se ha mantenido un 60% en el Parlamento y 70% en elecciones Presidenciales. Según Riquelme (2017), no se ha detectado ningún declive constante en la participación, y esto se puede tomar como un indicador positivo en la democracia rusa.
Otro aspecto esencial de una democracia es la capacidad de respuesta de las demandas de los ciudadanos, debido a que la formulación y la correcta aplicación de las políticas que demanda la sociedad por parte de los gobernantes es un componente que debe tener toda democracia. Así, Riquelme (2017) dice que las demandas se podrían canalizar mediante los partidos políticos. Por tanto, en Rusia el nivel de identificación con los partidos es bajo – aproximadamente un 25% -. No obstante, esto puede relacionarse con la costumbre porque el sistema electoral ruso ningún partido se presentaba en las elecciones por ser candidatos independientes.
Un reto que tuvo Borís Yeltsin hasta finalizar su mandato fue la eficacia de su sistema. Juan Linz (s.f) explica que un reto particularmente difícil al que se enfrentan los regímenes autoritarios es la renovación del liderazgo y, en particular, la sucesión. El régimen de la URSS era extremadamente personalizado y sus fundadores se consideraban indispensables. Al abandonar y quebrar esa unión, Yeltsin tuvo que luchar con recobrar la legitimidad y la estabilidad de su nuevo régimen.
Como resultado, la democratización rusa no ha sido del todo exitosa si su objetivo – después de la eliminación de la URSS – fue alcanzar una democracia plena; hay mejorías en el sistema teniendo un sistema casi democrático de calidad.
De esta manera, se presenta la democracia rusa como un caso propio de las transiciones políticas, siendo una dicotomía especialmente atractiva en el orden casual de la desarticulación de los regímenes para un sistema ‘’mejor’’. Lo más esencial de esta transición es que fue dirigida por las élites, no obligadas por la voluntad mayoritaria, sino en contra de esa voluntad mayoritaria. Esto es evidente con los partidos políticos, las movilizaciones populares, los resultados electorales y las decaídas económicas.
Sin embargo, los resultados conseguidos no fueron del todo negativos. En el plano de la democracia se produjo una mejora siendo el sistema político mejor que el anterior, y en el plano de la transición se logró, aunque sea un poco, el inicio de un proceso de disolución del régimen autoritario de la URSS consiguiendo un escenario distinto: el establecimiento de una democracia.
En síntesis, Rusia era un país distinto a lo que Yeltsin hubiese anhelado: la crisis conllevó el castigo a la élite de transición. Caracterizado por ser, en 1999, un país empobrecido, roto, sin popularidad, Yeltsin renuncia y es sustituido por un líder que marcara la historia del siglo XXI en Rusia: Vladimir Putin.
Rusia con Vladimir Putin
Vladimir Putin, asume su primer mandato en el año 2000, en donde el contexto de Rusia se encontraba complejo a nivel interno. Luego de las políticas asumidas por Yeltsin, el país atravesaba una frágil situación económica y política propiciando inestabilidad y corrupción.
Leiva (2017) hace referencia a que Putin llega con un objetivo claro materializado en el mito del retorno en donde se esclarecía que Rusia debía recuperar su status de potencia, retomar su lugar en el continente y transformarse en un Estado moderno y fuerte. Por tanto, Putin adoptó desde el primer momento una perspectiva internacional que llevaría al país a la periferia del sistema internacional hasta el centro de este.
Con las crisis económicas y políticas, Putin impulsa unas reformas que Leiva (2017) divide en dos: por un lado, se encuentran las reformas estructurales, basadas en los pilares económicos, fiscales y transformaciones de infraestructura legal y organizacional basada en la nueva economía rusa. Este primer proceso buscaba estabilizar la estructuración del sector público y el sistema bancario. Por el otro lado, se realizaron reformas relacionadas con la recuperación – por parte del Estado – de empresas privadas, recuperando el control de la industria de gas y petróleo. Ambos procesos aumentan las acciones del Estado en un 51%.
De esta manera, las modificaciones políticas realizadas por Putin se consideran favorables para el Kremlin, puesto que combinó desde los inicios del siglo XXI un Estado ruso con el dinero y las capacidades coercitivas para hacer lo que realmente anhelaba, a lo cual se le añade una consecuencia: alto grado de impopularidad por parte de los empresarios privados.
Posterior a esto, en su mandato alternado con Medvedev, Putin comienza a gobernar nuevamente en el 2008 pero como jefe de gobierno. En el gobierno de Medvedev se incrementan las crisis, sobre todo en la relación ruso-occidental, la crisis ucraniana en el 2014 y la anexión ilegal de Crimea.
Luego, en su posicionamiento como presidente – nuevamente – en el 2012, 2018 y hasta la actualidad (2020), Putin le devolvió a Rusia su lugar central en la esfera internacional. No obstante, se considera el futuro de Putin como incierto. En la Constitución rusa se reflejaba que no podía presentarse en las próximas elecciones del 2024. Pero a mediados de 2020, 78% de los rusos apoyaron en referéndum una nueva Constitución de la Federación Rusa. Las modificaciones restablecen los límites de mandato de Putin a cero desde 2024, lo que le abre las puertas a buscar cumplir dos mandatos más de seis años, es decir Putin podrá buscar gobernar hasta 2036.
Queda claro, de todas formas, que tanto Vladimir Putin como su entorno, procuran de una manera u otra no dejar el poder.
Finalmente, Rusia ha atravesado por múltiples acciones y épocas convulsas. Desde el establecimiento de la Unión Soviética hasta su caída, después el mandato de Boris Yeltsin que no completa la transición y por último el putinismo como sistema político de Estado híbrido. Así pues, Rusia no ha logrado escapar de los fracasos políticos, siempre ha evolucionado hacia un régimen aún más autoritario, autocrático y nacionalista que utiliza los factores militares, la política exterior, el aspecto internacional y el sentimiento euroescéptico de la sociedad civil rusa como su principal motor.
Autora: Marie Claire Molliex Noffra (Estudiante UNIMET, Caracas, Venezuela).
(Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivamente las del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de World Geostrategic Insights)