Karla Sierra

    La democracia sin duda nos aleja de las terribles pretensiones de los sistemas autocráticos y de su insistente deseo de cercenar las libertades, de la necesidad de controlar toda relación social, todo deseo, toda aspiración, todo descontento.

    Karla Sierra
    Karla Sierra

    La democracia nos permite elegir, nos da la oportunidad de ser parte de la construcción de nuestro propio futuro, ¿pero está exenta esta de los peligros del poder exacerbado? Claro que no.

    En un sistema constitucional el poder debe estar distribuido, no se concentra exclusivamente en una sola personalidad o grupo elite, que de manera horizontal gobierna, si no que este se distribuye entre las distintas instituciones democráticas que forman parte del Estado, una limitando a otra y con atribuciones definidas bien sea en la constitución o cualquier marco jurídico que da pie a la creación de un cargo, en este sentido esta despersonalizado el ejercicio del poder, en todo caso este se ejerce a través del cargo y solo en las competencias que a este atañen, estos son los que ostentan el poder de manera oficial.

    En las formas de gobierno del sistema constitucionalista, el poder es otorgado por la voluntad de los ciudadanos, estos eligen de una manera u otra a sus representantes, encargados de la toma de decisiones en los asuntos públicos. Se manifiesta el poder a través del consenso compartido o al menos voluntario entre los que ostentan el poder y los destinatarios de este.

    En la modernidad esta clase de sistema es el más alabado, se comparte el pensamiento casi generalizado que solo a través de la democracia se puede sostener el poder y la gobernabilidad en el largo plazo, solo así se garantiza las condiciones para el desarrollo. No es refutable el hecho de que los sistemas democráticos son los que parecen funcionar más adecuadamente, pero no es menos cierto que estas formas de gobierno aún tienen grandes fallas y todo se puede reducir a los límites del poder.

    Ahora bien en las democracias modernas son bastos los elementos que sitúan a los gobiernos ante una situación de gobernanza (democrática) compleja, entre estos elementos podrían destacar la creciente influencia de los medios de comunicación en la vida pública; las cuotas de poder que adquieren las organizaciones no gubernamentales, grupos de interés, asociaciones privadas, grupos económicos; las demandas sociales cada vez más amplias, estructuradas y fragmentadas; la globalización y todas sus implicaciones; la creciente importancia de la diplomacia internacional y la geopolítica; además de las convulsas cotidianidades de la política interna.

    Estas complejas dinámicas pueden poner en riesgo la gobernabilidad cuando se transforman en crisis de gobierno. Si los mecanismos de resolución de conflictos no se encuentran afinados dentro de una sociedad y si los ciudadanos no poseen una cultura de participación política y contraloría social que forme parte de su identidad, se pueden abrir las ventanas a las promesas populistas que esconden en su centro la semilla de la autocracia, discursos políticos que ofrecen la solución a todos los problemas que aquejan a la nación, afirman devolver el orden y garantizar bienestar –siempre- a largo plazo.

    Este es el talón de Aquiles de la democracia, y es que la democracia en sí misma no basta para autorregular el uso del poder, el cual es necesario innegablemente, ya que en esencia el poder es una constante en toda relación de orden social, desde las primeras formas de organización en la prehistoria aun cuando no existía un lenguaje con amplios códigos compartidos, se manifestaba junto al instinto de supervivencia la relación de poder entre el dominante y la manada, que con el paso del tiempo y con la complejizacion de los sistemas de organización social con mayor interacción entre otros grupos humanos, la vinculación al poder se hizo cada vez más fuerte y ambiciosa, ya no era una necesidad de supervivencia por la cual el más fuerte dirigía a la manada, si no que se hizo necesario para el progreso (y quizás para la satisfacción personal de quienes lo ostentaban).

    Todo lo anterior es el resultado del poder no limitado a través de instituciones fuertes. Se necesita que un régimen democrático se fortaleza con aspectos como un sólido sistema de contraloría social, valores  y cultura política de alternabilidad y participación pública. Naturalmente los sistemas constitucionales democráticos tienden a manejar el poder de manera triangular entre el parlamento o asamblea, el pueblo organizado y el gobierno, debería entonces autorregularse, sin embargo (Loewensteln 1973) plantea que aunque exista esta separación de poder en tiempos de normalidad el poder tiende a oscilar sobre el parlamento pero en tiempos de crisis, el gobierno adquiere un mayor protagonismo.

    Un ejemplo bastante fresco resulta de la crisis mundial originada por la pandemia del Covid-19, que ha resultado casi de excusa para que los gobiernos del mundo y sorprendentemente no solamente los autocráticos si no aquellos democráticos, tomen un férreo ejercicio del poder que traspasa en muchos casos barreras constitucionales, bajo el denominado Estado de Excepción o Emergencia Nacional ¿Es aceptable que los gobiernos amenacen con la violación del derecho a la vida o la libertad en aras de preservar el bien común? ¿Deben las fuerzas militares y policiales aumentar sus competencias para garantizar el orden social en medio de la crisis de salud? Sin duda es un fenómeno en desarrollo pero es ya preciso decir que no es impensable que por condiciones denominadas excepcionales un país pueda empezar a transitar lentamente la senda hacia el totalitarismo y desde la democracia.

    Como ciudadanos nos queda mucho por hacer para sostener la democracia, debemos defender la política como único medio de resolución de conflictos sociales y sobre todo garantizar un sistema basado en el uso del poder para el bienestar y no para el control. Es necesario alejarnos las falsas promesas de entregar la libertad a cambio del orden y la estabilidad aparentemente solo garantizada por un Estado paternalista. Solo en la medida que comprendamos nuestra responsabilidad como ciudadanos en el ejercicio de limitar y regular el poder de nuestros gobernantes dejando al Estado la función de administrar los asuntos públicos, podremos sentar bases para una sólida democracia en el futuro, que se aleje de una vez por todas de los sistemas que solo coartan nuestra libertad.

    Autora: Karla Sierra (Licenciada en Comercio Internacional en la Universidad Alejandro de Humboldt, dirigente estudiantil entre 2016 y 2019, dirigente juvenil del Partido Politico Primero Justicia, emprendedora venezolana)

    (The opinions expressed in this article are solely those of the authors and do not necessarily reflect the views of World Geostrategic Insights).

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